diciembre 30, 2010

Crucero.

Era un atardecer de invierno y el crucero estaba anclado al muelle de aquella ciudad tropical. A pesar de situarse en un clima cálido, el frío se hacía notar en manos temblorosas y en suéteres comprados a última hora.

El capitán del crucero estaba en la cubierta, viendo subir a los pasajeros. Aquél era un crucero enorme, diseñado para vacacionar, y al que habitualmente la gente iba para pasar un tiempo lejos de sus problemas.

Alejandro había comprado los cuatro boletos y estaba sumamente emocionado con aquel viaje. Sin duda, después del accidente, un buen tiempo en ese crucero de lujo iba a darle a la familia Rossett un merecido descanso, y un buen tiempo de relajación necesaria.

Salió de la casa y esperó a todos, pacientemente, en el coche. Su esposa, Sofía, lucía hermosa en ese atuendo color champagne, y sus dos hijos, Bruno y Lily (mellizos, ambos de siete años), estaban elegantes, listos para aquel mes que prometía ser de ensueño.

Salieron rumbo al muelle, en aquel Sentra plateado, que dejarían junto al muelle, y que luego un compañero de trabajo recogería y cuidaría el resto de la travesía. Aparcaron el coche a una cuadra del muelle.

-¿Listos todos?
-Sí, papá, ese barco se ve grandísimo.

Alejandro sonrió y llegaron juntos a la escalerilla que subía al crucero, donde había un hombre en un traje parecido al de un botones, encargado de requerirles los boletos a los abordantes.

La mirada del encargado se tornó extraña cuando Alejandro le tendió los cuatro boletos de la familia. Aquél miró por encima del hombro de Alejandro, como buscando a alguien sospechoso, pero no hizo más preguntas.

Subieron todos, caminaron por la cubierta, decorada con ambiente festivo y buscaron el camarote 247, un camarote amplio, ideal para la familia, ubicado sólo un piso abajo de la cubierta del barco.

Con un rugido, el enorme crucero dejó el muelle y se internó en el océano.

Guardaron las maletas y esperaron unos minutos, mientras Lily usaba el sanitario. Acomodaron el camarote, y buscaron el comedor.

Con los boletos venía el numero de mesa en aquella cena, que se repetiría todo el mes, cual suculento banquete, pero diferente cada día en contenido.

Se sentaron a la mesa en la que se leía "Familia Rossett" en un pequeño letrero. La mesa, como todo el barco, era lujosa. Estaba adornada con un mantel blanco con motivos de flor de lis en los bordes. Había cuatro copas, platos y sus respectivos cubiertos, todos ellos brillantes.

Fue una cena agradable, amenizada por un cantante de jazz y un conjunto que lo acompañaba.

Esperó Alejandro a que su familia terminara la cena y se levantaron todos, abandonando el comedor.

Salieron los cuatro a cubierta y se instalaron en unas bancas cerca de la proa. Lo grandioso de estar en alta mar, era que se podía divisar el cielo estrellado sin ninguna dificultad. Se quedaron ahí, aproximadamente una hora, divisando las constelaciones.

Luego regresaron al camarote y se instalaron en las camas.

Durante la mañana, después de un desayuno que a veces Alejandro omitía, los niños salían con su madre a la alberca ubicada cerca de la popa del barco, mientras Alejandro dormía o leía un libro. Luego se reunían al mediodía, tomaban un baño y disfrutaban de la comida juntos.

El resto de la tarde la ocupaban en recorrer el barco, o asistir a alguna de las actividades del crucero. Conciertos, obras, películas, entre otras cosas. Regresaban al camarote, se cambiaban e iban a la espléndida cena de nuevo.

Y siempre, siempre, después de la cena, se sentaban en esas bancas cerca de la proa, a mirar el cielo. Y luego volvían al camarote.

Así transcurrió aquel mes para Alejandro Rossett.

La última noche antes de llegar a puerto, fue la de las estrellas más brillantes, acompañadas por una hermosa Luna menguante.

La mañana en que el crucero llegó a su destino, un miembro de la tripulación avisó al capitán que había un hombre dormido en cubierta. El capitán acudió y halló a Alejandro, tendido en una de las bancas.

Estaba muerto.

El capitán indagó acerca de ese hombre.

Se llamaba Alejandro Rossett y había llegado solo al crucero, presentando cuatro boletos de abordaje. Se alojaba en un camarote para cuatro; y cenaba, desayunaba y almorzaba en una mesa destinada a cuatro personas. Después de cenar, a diario, miraba las estrellas, aproximadamente una hora, y después regresaba en silencio a su camarote.

El capitán se intrigó e hizo algunas llamadas. Obtuvo, mediante unos amigos, un periódico de hacía dos meses y medio. Ahí encontró a la familia Rossett.

"Estrepitoso choque en la carretera a N. El conductor pierde el control en una curva. Mueren en el accidente su esposa y sus dos hijos". Rezaba el titular.

1 comentario:

  1. Me gusta el párrafo 8 en que insinúas el final, pero de todos modos uno se queda con la duda.

    ResponderEliminar