enero 12, 2011

Se amaban.

Se amaban.

Desde el primer momento en que él puso los pies en ese lugar, desde que ella lo vio llegar, con la piel perfecta y los ojos como de sorpresa, tan bien formado y atractivo él. Desde que él se fijó en la mirada de ella, en sus dedos, en sus caderas, en el gesto de las mejillas, en la boca que hablaba sin hablar, que hablaba con el cuerpo, en su forma menuda y graciosa, tan bien formada y atractiva ella.

Él llego un día de frío, día en que su mundo estaba lleno de gente y de histeria, de Navidad y de compras. Ella ya llevaba un tiempo, como esperándolo, se podría decir inmóvil, siempre expectante.

Y se amaron desde ese día de invierno, oh diciembre, ¿qué hiciste?

Y entre ellos siempre era la charla que no es charla, los nervios bien o mal disimulados, las sonrisas que nunca se borraban.

Se amaban, y lo sabían. Se amaban con cada paso que no daban, con cada mirada, con cada día, con cada ropa, con cada sonrisa que no se iba, se amaban y eran conscientes de ello. Eran conscientes del deseo, de la ansiedad, del ansia por un brazo alrededor de una cintura, por una mejilla agazapada contra un pecho palpitante, por unos dedos entrelazados, por unos labios exploradores de un terreno baldío y hermoso.

Y entre ellos era la distancia y la condición de realidad, las casualidades de forma y materia, el origen, todo. Todo parecía querer apartarlos, disolverlos, olvidarlos en un rincón de ciudad, a cada uno por separado. Amor de miradas y sonrisas que no se van, eran envidiados por los dioses y los soles.

Cada nuevo día los sorprendía, sonrientes como siempre, deseosos como nunca, estando como no estando. Y eran como estatuas, estatuas que se ansían y maldicen a los fragmentos de aire entre uno y otro, aire que los ahoga, amarga ironía. Como estatuas que el amor inmoviliza, que son presas de si mismas, sólo mirándose, estatuas del tiempo, esculpidas por decepciones diarias.

Y son blancas y frías sus pieles, y pasan sus días y sus noches, y el superior tratando de cambiarlos, de desvestirlos y mutar sus sentimientos, desenfrentar sus miradas, inconsciente de sus acciones.

Y se amaban todos los días, amor quieto, de mariposa, amor de sonrisa que no se va. Amor de beso suspendido.

Qué lástima que sus cuerpos perfectos eran de artificio, y que poco a poco se corría la pintura en sus labios.
Qué lástima que se hacía tarde en el centro comercial, y había que apagar las luces.
Qué lástima dejar a esos dos maniquís en la oscuridad de la tienda de ropa.

4 comentarios:

  1. Pero que buena historia.

    Pobres enamorados...

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  2. Esto me recuerda a Pigmalión y Galatea.
    Buen tema (Y).

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  3. Al menos su amor iba a ser inmortal.

    Solo te faltó mencionar eso.

    Besitos.

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  4. Me hizo recordar a la canción de Instant Crush - Daft Punk con Julian Casablanca

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