octubre 28, 2012

Centro y caída

Caminas entre los perros y los charcos, y ves el agua sucia y se te viene poesía a la mente, recuerdas manos locales en tu cuerpo foráneo y recuerdas que todos somos extranjeros para todos, y piensas en mariposas y en árboles que se queman mientras un claxon apura al sol para que termine de precipitarse en el mar de edificios y azoteas.

Un hueco se abre en el suelo y caes, y miras caer televisiones, tuberías, trozos de pavimento seco, y zapatos y vestidos de novia, mientras el aire frío va deslizándose por tus vías, pintando tu tráquea de colores fríos, entonces recuerdas el jugo de los sábados y la sensación gélida en la lengua, mientras tratas de asirte a alguna saliente, alguna raíz o algún nombre, pero el hueco por el que caes es demasiado grande y todas las paredes quedan lejos de tus manos.

Ya casi es imposible respirar por la velocidad de la caída, piensas que es una suerte quizá, morir en el aire, una suerte, podrán hacerte documentales (si es que te encuentran, pero bueno) y hacer historias con tu nombre y asustar a los niños cuando no quieran beberse el jarabe, se podrán hacer películas malísimas a las que sólo entrarán parejas deseosas de meterse manos y lenguas en la oscuridad de las salas, y podrán escribirse libros que quedaran olvidados en algún estante cuando en la biblioteca avisen que Bruno se está peleando con Noé enfrente de la cafetería.

Ya estás meditando en lo cómodo que sería morir levitando, burdamente imitando a un diente de león o a un globo pinchado por un alfiler; ya estás haciéndole espacio a la idea, tendiéndole la cama y preguntándole con cariño que qué va a querer de cenar, acomodándola al horario mientras te pide que corras la cortina para que no la despierte el sol (pero mira, si es una idea delicadita, un poco arrogante quizá), ya estás mirando a la idea dormir, dejar la sábana hecha una sabana, una pradera, un mar de pliegues, como la orilla de un pastel de quinceañera; ya estás planeando el desayuno cuando el tiempo empieza a detenerse, dejando todo en slow motion, y caes en slow motion, echas una mirada hacia abajo y ves el suelo (no estás seguro de si es el suelo, ¿es el suelo?), y te pega en slow motion la revelación de que no morirás en el aire y ves en slow motion cómo muere la idea en los brazos rasguñados de tu mente idiota.

Cada momento el tiempo se va haciendo más y más lento mientras te aproximas al suelo, entonces piensas de nuevo en poesía, en árboles quemándose, mientras enfrente de ti ves un pequeño brillo pero no sabes qué es, hasta que con trabajo (porque es difícil respirar ¿verdad?) te das cuenta de que estás mirando un pedazo de cristal y te preocupas porque estás mirando un pedazo de cristal y no te hace recordar nada, mas no te preocupas por el inminente impacto, no te preocupas por la posibilidad de morir, aplastado contra el centro de la Tierra, sino por ese pedazo de vidrio y su incapacidad de despertar en ti alguna memoria.

Al fin, terminas de caer. Sientes el choque en todos tus huesos, el dolor te astilla los nervios y sientes que tus rodillas y tus tobillos se quiebran, tus manos tocan entonces el suelo y abres los ojos en un avión tembloroso, agitado por gritos y maldiciones, abres rápidamente la ventanilla deslizable que está a tu lado y alcanzas a contemplar la Luna y el cinturón de Orión antes de que un hombre te tome del hombro, te voltee hacia él y te pegue un disparo en medio de la frente, mientras tú sólo piensas en ella y en qué se habrá puesto para dormir.

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