abril 30, 2012

Setecientos cuarenta y siete.


No se puede dormir bien con tanta gente haciendo ruido, así que desisto. Me levanto entre improperios propios y ajenos, y trato de buscar el baño. Quiero lavarme la cara un poco, comprobar que sigo debajo de esa somnolencia, debajo de esa máscara que ni siquiera estoy seguro que llevo puesta. Todo se mueve alrededor, todos.

Tropiezo con varias personas en el camino; una mujer trata de detenerme, diciéndome que lo que hago no es seguro, que regrese a donde debo. ¿Cómo decirle que no hay nada seguro, que el segundo nombre de la vida debiera ser “imprecisión”, que eso se aprende después de largas jornadas, después de que ves la vida irse a ratos, y que eso no lo puede saber una muchacha joven y jovial como ella? Pero no le digo, lo aprenderá tal vez, si la suerte es propicia. Todos terminan aprendiendo, unos envejecen más rápido que otros, como yo. Pero, ¿de qué hablo? Si no he llegado ni a la mitad de la vida que le auguran a cualquier ser humano. Tal vez envejecer no es cuestión de edad.

Llego al baño, pero está todo atestado, hace un calor increíble (aunque yo siento frío, tal vez es la presión). Creo que no lograré entrar al baño, mejor regreso y espero a que esté un poco más despejado, tal vez todo se calme, ya sea de una forma u otra. Menos gente, eso esperaré. Además el movimiento me está dando náuseas.

La gente en todo el mundo es igual: arma grandes barullos, anda de un lado a otro, grita cosas, se desespera, corre sin motivo ni razón aparente, no puede estar calmada. Las personas están conscientes de que pueden morir en cualquier instante, y sin embargo no se detienen a observar, a mirar alrededor, a escuchar alguna respiración, a ver algún detalle en el techo. Tal vez saben que pueden morir en cualquier momento y por eso viven apurados. Creo que nunca entenderé del todo a la gente.

Regreso de donde vine, de donde creo que vine; se escucha un sonido como de turbinas o motores, viene desde afuera. A mi lado hay una muchacha que no conozco, otra, no la que me intentó detener momentos atrás. Es distinta, no lleva uniforme, parece más tranquila que el resto de la gente que hay alrededor. Tiene el pelo castaño, la tez blanca y un lunar en la nariz, una bonita imperfección. Y tiene un tic en el ojo, tal vez provocado por el estrés, tal vez no. Voltea y me sonríe nerviosamente. Me entran unas ansias repentinas de besarla, de besarla repetidas veces, de sujetarla mientras alrededor se arremolinan todos, de contagiarnos tranquilidad, tranquilidad que tal vez no necesitamos. Se parece tanto a muchas mujeres que conocí, y no se parece a ninguna. No sé si estoy delirando, creo que todo el bullicio está empezando a hacer que me duela la cabeza.

Más adelante se oye una puerta cerrarse, y momentos después el disparo de una pistola. La muchacha del pelo castaño y el lunar en la nariz se sobresalta, pero no tanto como el resto de la gente, que empieza a gritar más fuerte, a correr más erráticamente, a sollozar y a maldecir. Oigo el llanto de un bebé, se oye por encima de todo el escándalo, es increíble. Nunca me han llamado la atención los niños, y por suerte yo a ellos tampoco. Creo que ya no podré usar el baño, espero llegar antes a donde quiero llegar, o a donde debo llegar. Tal vez son el mismo lugar, sí, tal vez son el mismo lugar.

Se rompe una ventanilla más atrás, y se vuelve todo un apocalipsis. La gente corre más y maldice más, y el bebé que llora, llora más. No podré ir al baño, eso es seguro. Volteo a ver a la muchacha de pelo castaño y lunar en la nariz. No me voltea a ver, una lágrima escurre por su mejilla izquierda. También ella es una mujer joven y jovial, pero eso ya no importa en estos momentos. No la voy a besar, soy un desconocido para ella, y ella es una desconocida para mí. Tal vez si nos conociéramos… pero no, esto no es una novela, se parece más a una tragedia griega mezclada con indiferencia; el perfecto resumen de lo que pienso un poco que es la vida humana.

Creo que sí llegaremos antes, de una forma u otra. Veo de reojo a la muchacha y la lágrima en su mejilla, mientras cierro los ojos. Adelante se oye al copiloto forcejear con la puerta de la cabina, dentro de la cual, al parecer, se ha suicidado el piloto de este avión que cae en picada.

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