febrero 13, 2012

Casa efímera y momento fijo.


Tomas la fotografía que está encima del mueble de la sala. Lentamente recorres con los dedos el fino marco de madera, mientras observas la cara que te sonríe desde otro tiempo, años atrás.

Estás cansado y sudoroso porque entraste corriendo a la casa en medio de todo ese calor horrible, pero no importa. Miras fijamente la fotografía. En un instante que dura menos de un segundo, todo se detiene; las cosas que caían dejan de caer y el ruido de la calle se apaga.
En la fotografía ves (como a través de un vidrio borroso) el día que naciste, los doctores corriendo, tu madre sonriendo, gritos por todas partes. Ves tu infancia y las tardes que pasabas en la azotea dibujando en el suelo con gises de colores; y a Sirius, el perro que te regalaron a los seis años.

Miras de nuevo tu adolescencia: la vez que te fracturaste una pierna en la bicicleta y te pusiste contento porque Sofía te firmó el yeso con un corazón de sharpie (luego ella se mudaría a otra ciudad, pero todo estaría bien. Te la encontrarías años después, en un banco cerca de tu casa).

Ves tu preparatoria, el primer maestro que odiaste en serio, la primera vez que reprobaste una materia, el horrible extraordinario que no sabes cómo pasaste. Recuerdas que fue en esa época cuando murió Sirius, recuerdas tu primera peda. Y tu primera vez, en esa azotea en donde dibujabas con gises de colores.

Ahora ves imágenes de la universidad, cuando decidiste salirte de casa, no por que te corrieran ni porque hubiera dificultades, sino sólo por ese (estúpido) deseo de “independencia”. Las noches sin dormir. Los días zombis, el trabajo. Las fiestas, no pocas. Tu primer coche, un chevy seminuevo de un agradable color azul celeste.

Ves entonces el día que conociste a Monserrat, en una de esas salidas con los amigos, en que todos se presentan a todos. Recuerdas otra vez el día en que te la encontraste en una calle del centro, con sus comisuras curvándose hacia arriba, y la propuesta espontánea de verse  de nuevo otro día.

Ves los meses siguientes, ella aceptando ser tu novia en una noche templada. Recuerdas los altibajos normales, los meses pasando. Tu familia y ella, sonriéndote en tu graduación, ella sonriéndote en su graduación. Los meses convirtiéndose en años; ella sonriendo mientras en la página 43 de un libro le propones matrimonio con una nota.

Después ves los años siguientes. El trabajo, el momento en que al fin pudieron comprar la casa, los primeros meses ahí, la decisión repentina de colgar un columpio en el árbol del jardín, como niños pequeños. La foto que le tomaste en el columpio. Ella sonriéndote desde el columpio, sonriéndote desde la fotografía.

Oyes entonces los ruidos de la calle en un crescendo, Monserrat gritándote desde afuera, mientras una tabla cae del techo. Tomas la fotografía, la oprimes junto a tu pecho, y sales corriendo de la casa en llamas.

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